miércoles, 10 de octubre de 2012
¡DON CIRO! ¡DON CIRO! ¡RA, RA, RA!
Siempre he pensado que si alguien desea hacer algo verdaderamente trascendental por su país, la vía para conseguirlo debe ser incorporarse a un partido político afín con sus creencias e ideales, y si este no existe, pues fundarlo asociándose con otros ciudadanos que vean en él a un líder y decidan apoyarlo. Ese partido político debe contar con un ideario, con una doctrina. Debe tener una clara visión del futuro que desea para la patria y la manera en que se aspira a lograrlo. Y eso debe ser lo que genere la captación de nuevos seguidores: la doctrina, el ideario, el futuro que se planea para el país y los mecanismos que plantea el partido para alcanzar ese ideal.
Estos mecanismos son finalmente el programa de gobierno. Aquello que tanto se reclama de los improvisados líderes que de un buen tiempo a esta parte se lanzan a la presidencia de la república como quien juega un boleto de lotería. Sin tener una doctrina. Sin ideario. Sin filosofía. Sin programa de gobierno.
Los partidos políticos tradicionales han aceptado dócilmente su destrucción. No se han enfrentado a quienes planearon y consiguieron su pulverización y su casi total desaparición. Los vapulearon y satanizaron tanto que se llegaron a convencer ellos mismos de su inoperancia y corrupción. Se la creyeron. Tanto lo repitieron quienes se habían propuesto desarticularlos y sacarlos del mapa, que se esfumaron. Se disolvieron. Adiós idearios. Adiós planes y programas de gobierno. Total: si un caudillo mal hablado, sin institucionalidad de respaldo, los había derrotado electoralmente para arremeter desde el poder contra ellos hasta conseguir desaparecerlos, lo mejor era buscar caudillos para enfrentar al que ostentaba el poder y olvidarse de doctrinas, idearios, planes y programas.
Por eso es que no sorprende tanto que un ciudadano sin otro pergamino que haberse hecho conocido por su indesmayable persistencia en la búsqueda del presunto asesino de su hijo, fallecido en extrañas circunstancias meses atrás, y que por lo novelesco del caso le dio a este desesperado padre un descomunal acceso a los medios, haya manifestado su disposición para postular en el 2016 a la presidencia de la república. Ni más ni menos. Es un hombre de acción. ¿A qué pedir más? Nadie sabe qué piensa acerca de cuál debe ser el rol del estado en la distribución de la riqueza, o si debe participar en la gestión empresarial. Nadie sabe cuál es su planteamiento para combatir la extrema pobreza, ni si lo tendrá. Tampoco se sabe cuál es su posición respecto al rol que debe jugar el país en el contexto internacional. Su posición respecto al nuevo socialismo que impulsa el gobierno venezolano, o respecto al diferendo marítimo con Chile. Él va a jugar su numerito de lotería. Y si gana, ya sobre el caballo verá cómo va capeando los temporales. Por ahora solo le interesa disfrutar esa posibilidad de constituirse en el nuevo presidente de esta, nuestra querida república.
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