viernes, 26 de febrero de 2010
¿BAYLY PRESIDENTE?
Cuando intento atribuirle un mínimo de seriedad y probabilidad de certidumbre a la propuesta de Jaime Bayly respecto a su eventual candidatura a la presidencia de la república, no puedo imaginármelo investido con la banda presidencial dirigiendo su primer mensaje al país desde el local del Congreso. No me cabe en la cabeza. Solo diviso un tipo desgarbado, arreglándose constantemente el cerquillo que se le viene sobre los lentes, incapaz de extirparse esa sonrisa socarrona que le queda bien al conductor televisivo que hace burla y escarnio de las situaciones más dramáticas y enrevesadas, pero que no podrían condecirse con la investidura de un Estadista. Y me viene a la memoria igualmente la imagen del atrevido e insolente Alan García de su primer período exigiéndoles a los acreedores de la deuda externa peruana que no se esperen hasta octubre para declarar inelegible al Perú sino que lo hicieran de inmediato pues no estaba dispuesto a destinar más del 10% de sus exportaciones para el pago de la deuda ¡En el mismísimo Estados Unidos!
Confieso que cuando vi por la televisión a mi contemporáneo García en tal alarde de soberanía sentí un gran orgullo y satisfacción por estar representado por un líder de semejantes kilates, desafiante ante el poder, y esgrimiendo con valentía un argumento perfectamente lógico y válido. “Primero está la atención del hambre y la pobreza de mi pueblo. Luego la atención de la deuda externa. Que no desconocemos. Pero a la que no le vamos a dedicar más del 10% del valor de nuestras exportaciones” ¡Soberbio!
Claro que luego de eso, al no haber tenido la prudencia de concertar un bloque de apoyo a la ponencia con otros presidentes tercermundistas, lo que vino fue el aislamiento de la comunidad financiera internacional, y toda la crisis que concluyó en uno de los más estruendosos fracasos político económicos de la historia republicana. La vehemencia de la juventud que ostentaba por entonces el líder aprista le pasó la factura. Y la pagamos todos los peruanos.
Y me parece que Bayly va por allí. Su reacción frente al embrollo armado dentro del canal de televisión por el que se emite su programa dominical da pie para suponer que se deja ganar fácilmente por la pasión que nubla la sensatez y la cordura. Mientras sea en su papel de conductor de un programa televisivo, no hay mayor problema. Pero si similares reacciones se presentan ostentando la presidencia de la república, muy distintas serían las consecuencias que podrían acarrear para la estabilidad y seguridad del país.
Y que no nos venga con el manido discurso que su eventual candidatura responde a un intempestivo afán de servir a los más pobres y brindarles acceso a una buena educación a todos los niños del Perú, sea cual sea su condición socio económica, ni mucho menos aún por su interés en “adecentar” la política nacional. Con la procacidad y vulgaridad con la que “sazona” sus comentarios emitidos a través de su programa televisivo creo que basta y sobra para darse cuenta qué cabría esperar de él una vez apoltronado en el sillón presidencial.
Confieso que cuando vi por la televisión a mi contemporáneo García en tal alarde de soberanía sentí un gran orgullo y satisfacción por estar representado por un líder de semejantes kilates, desafiante ante el poder, y esgrimiendo con valentía un argumento perfectamente lógico y válido. “Primero está la atención del hambre y la pobreza de mi pueblo. Luego la atención de la deuda externa. Que no desconocemos. Pero a la que no le vamos a dedicar más del 10% del valor de nuestras exportaciones” ¡Soberbio!
Claro que luego de eso, al no haber tenido la prudencia de concertar un bloque de apoyo a la ponencia con otros presidentes tercermundistas, lo que vino fue el aislamiento de la comunidad financiera internacional, y toda la crisis que concluyó en uno de los más estruendosos fracasos político económicos de la historia republicana. La vehemencia de la juventud que ostentaba por entonces el líder aprista le pasó la factura. Y la pagamos todos los peruanos.
Y me parece que Bayly va por allí. Su reacción frente al embrollo armado dentro del canal de televisión por el que se emite su programa dominical da pie para suponer que se deja ganar fácilmente por la pasión que nubla la sensatez y la cordura. Mientras sea en su papel de conductor de un programa televisivo, no hay mayor problema. Pero si similares reacciones se presentan ostentando la presidencia de la república, muy distintas serían las consecuencias que podrían acarrear para la estabilidad y seguridad del país.
Y que no nos venga con el manido discurso que su eventual candidatura responde a un intempestivo afán de servir a los más pobres y brindarles acceso a una buena educación a todos los niños del Perú, sea cual sea su condición socio económica, ni mucho menos aún por su interés en “adecentar” la política nacional. Con la procacidad y vulgaridad con la que “sazona” sus comentarios emitidos a través de su programa televisivo creo que basta y sobra para darse cuenta qué cabría esperar de él una vez apoltronado en el sillón presidencial.
martes, 16 de febrero de 2010
¿SERÁ CIERTO ESO?
La lectura de la columna del señor Juan Velit Granda en la página 15 de la sección A de “El Comercio” de hoy referida a la casi comprobada corrupción que rodearía la gestión de los Kirchner en Argentina ha venido a reforzar, sensiblemente, mi convencimiento respecto a que “todos los políticos”, sea cual sea el pelaje del que se presenten cubiertos, aspiran a ejercer el poder con la exclusiva intención de enriquecerse con los dineros del Estado (vale decir de todos los ciudadanos contribuyentes que, en la mayoría de casos, son los mismos que los eligen). Aquí, en el Perú, en Argentina, en Chile, en los países de Europa, en los Estados Unidos, en la China… en todas partes.
Y de inmediato ha venido a mi memoria un artículo escrito por Barba Caballero sobre su amigo Rafael Rey Rey, escrito el 18 de enero de este año y publicado no se dice en que diario o revista, pero que se está haciendo circular en uno de esos mensajes masivos que se trasmiten por Internet a través del correo electrónico; ya que en dicho artículo se señala que el Sr. Rey, actual Ministro de Defensa del gobierno de Alan García y ex Ministro de la Producción, sería un rarísimo caso de absoluto y total desprendimiento de cualquier tipo de riqueza material (lo que resultaría plenamente coherente con su prédica cristiana), pues habría adoptado la costumbre de donar la casi totalidad de sus ingresos para obras de caridad, viviendo en asombrosa austeridad en una casona equivalente a un monasterio, ocupando una habitación de cuatro metros por cuatro metros, amoblada con una vetusta cama y un viejo escritorio; sin televisión ni equipo de música. De ser ciertas estas afirmaciones, de comprobarlo el equipo de investigación de algún programa televisivo, como “Cuarto Poder” o “Día D”, Rey, a pesar de haberse hecho merecedor de mi permanente rechazo desde casi su aparición en el escenario político del país, se tornaría en mi candidato preferido y paradigmático para ocupar la presidencia del país.
Y de inmediato ha venido a mi memoria un artículo escrito por Barba Caballero sobre su amigo Rafael Rey Rey, escrito el 18 de enero de este año y publicado no se dice en que diario o revista, pero que se está haciendo circular en uno de esos mensajes masivos que se trasmiten por Internet a través del correo electrónico; ya que en dicho artículo se señala que el Sr. Rey, actual Ministro de Defensa del gobierno de Alan García y ex Ministro de la Producción, sería un rarísimo caso de absoluto y total desprendimiento de cualquier tipo de riqueza material (lo que resultaría plenamente coherente con su prédica cristiana), pues habría adoptado la costumbre de donar la casi totalidad de sus ingresos para obras de caridad, viviendo en asombrosa austeridad en una casona equivalente a un monasterio, ocupando una habitación de cuatro metros por cuatro metros, amoblada con una vetusta cama y un viejo escritorio; sin televisión ni equipo de música. De ser ciertas estas afirmaciones, de comprobarlo el equipo de investigación de algún programa televisivo, como “Cuarto Poder” o “Día D”, Rey, a pesar de haberse hecho merecedor de mi permanente rechazo desde casi su aparición en el escenario político del país, se tornaría en mi candidato preferido y paradigmático para ocupar la presidencia del país.
Porque no se trata de resignarse, como muchos, al estribillo aquel de “sí pues, sé que ha robado… pero ha hecho obra”. No señor. El gobernante no tiene por qué robar ni, menos aún, permitir que lo hagan sus colaboradores. Pero con los facinerosos que siempre han usufructuado el poder es obvio que ninguna autoridad moral pueden tener para pedir que se sancione con todo el peso de la ley a los inmorales y corruptos a quienes se pesca con las manos en la masa. Alan García, por ejemplo, nuestro actual presidente, pidió sí que se sancionara con todo el peso de la ley, pero no a quienes se hallara culpables del saqueo de las arcas públicas, sino a quienes se encontrara culpables de haber destapado la olla a través de las efectivamente delictivas interceptaciones telefónicas y de correos electrónicos.
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