viernes, 10 de febrero de 2012

LA LIBERACIÓN DE LOS REHENES DE LA RESIDENCIA DEL EMBAJADOR JAPONÉS

Nadie en su sano juicio y con dos dedos de frente puede criticar la acción militar desplegada por los comandos peruanos que llevaron a cabo la exitosa liberación de los rehenes capturados por huestes de la agrupación terrorista MRTA en la residencia del embajador japonés.

Sin embargo, hay dos circunstancias que los seguidores del dictador Alberto Fujimori, bajo cuya gestión se registraron estos hechos, tratan por todos los medios de encubrir acallando las voces que se alzan para ponerlas al descubierto, recurriendo a la estrategia de escudarse en el prestigio, valor y destreza de los comandos de nuestras fuerzas armadas que tuvieron a su cargo la exitosa misión.

La primera de ellas es el manifiesto descuido e ineficiencia del servicio de inteligencia, a cargo del tristemente célebre Vladimiro Montesinos, al no haber adoptado las elementales medidas de previsión para evitar la incursión de los terroristas, habida cuenta que en la recepción que se realizaría en la residencia del embajador japonés iban a confluir connotados personajes de la vida política nacional, como que hasta la propia madre del presidente de la república estuvo allí, y que al haber sido una de las primeras liberadas evidenció el tinte aventurero y la escasa capacidad estratégica de los delincuentes subversivos invasores.

Está muy bien que se enaltezca y pondere la acción militar conducente a la liberación de los rehenes y la eficiencia y eficacia con la que esta se realizó. Pero eso no debe hacernos olvidar que hubo un censurable y condenable descuido por parte del servicio de inteligencia a cargo de Montesinos, el cual habría estado ocupado más en labores de espionaje sobre los líderes de la oposición al gobierno fuji-montesinista que a investigaciones orientadas a prevenir actos de sabotaje y atentados proyectados por los grupos subversivos.

Una segunda circunstancia igualmente censurable y condenable, de confirmarse su ocurrencia, habría sido la orden de no dejar vivo, bajo ninguna circunstancia, a ninguno de los terroristas que habían osado efectuar la incursión en la residencia del embajador japonés. Obviamente, una orden de esta naturaleza, de haberse efectivamente dictado, habría nacido de un afán de venganza y escarmiento por parte de quienes se habían sentido burlados por un grupete de aventureros. Y quienes impartieron esta orden, de haberse efectivamente impartido, deben afrontar, sin escudarse en la impecable acción de los comandos del ejército, las consecuencias de su insana disposición que habría provocado la ejecución de los delincuentes subversivos luego de capturárseles y una vez rendidos e inermes.

No deben confundirse aspectos políticos con aspectos militares. La acción de los comandos de nuestro ejército merece todo nuestro respeto, admiración y agradecimiento. Pero detrás de ella no deben encubrirse ni la desidia de los servicios de inteligencia al mando de Montesinos, por haber estado más preocupado en espiar a los adversarios políticos del régimen que a las actividades de los grupos subversivos; ni la ejecución extra judicial de delincuentes subversivos una vez rendidos e inermes, nacida de un eventual afán de venganza de dirigentes políticos que se habrían sentido burlados por un grupete de delincuentes subversivos.

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