La candidata Keiko Fujimori ha manifestado, y hasta jurado, que no indultará a su padre, Alberto Fujimori, preso en la DIROES, condenado a veinticinco años por delitos de lesa humanidad. Y yo no le creo.
Tal vez ya exista un acuerdo pactado tras bambalinas para que ese indulto lo haga el actual gobernante como un presente de despedida, eximiendo de esta forma a la hija de cargar con la responsabilidad y posibilitándole jurar por Dios que ella no habrá de indultarlo. Otra posibilidad es que proceda a indultarlo a pesar del juramento, aduciendo que es más fuerte su sentimiento filial frente a un cuadro bien montado en el que se muestre al ex dictador en una lastimosa situación.
La candidata Keiko Fujimori ha expresado que será ella quien asuma los actos propios del gobernante, y yo no le creo.
Ya con su padre en libertad y seguramente establecido en el mismísimo palacio, resulta majadero suponer que no será él quien tomará las riendas del gobierno y que se rodeará de los mismos impresentables que en su momento apoyaron sus ambiciones perpetuacionistas. Ese famoso intercambio de sonrisas y guiños de ojo entre el ex dictador y su compinche Vladimiro Montesinos en pleno proceso judicial lleva a suponer con fundamento que no sería nada extraño que también se indultara al siniestro ejecutor de los trabajos sucios de los que el ex dictador intentó siempre hacer creer que marcaba distancia, aduciendo que “no sabía” que estaban ocurriendo.
El candidato Ollanta Humala se ha mostrado para esta elección como un tipo moderado “al estilo Lula, más que al de Chávez” dejando en el pasado a aquel virulento y beligerante antisistema incendiario que candidateó cinco años atrás a la presidencia de la república. Y yo no le creo.
Luego de obtener la mayor votación en la primera vuelta y pasar a la segunda, para no repetir la experiencia de hace cinco años, en la que el miedo provocado sobre las clases medias y altas fue aprovechado por su contendor para hacerlo perder la elección, ha maquillado astutamente su discurso, presentándose como un demócrata respetuoso de las formas, tratados, ahorros, etc. suavizando ese radicalismo enérgico que, sin embargo, ha seguido empleando ante las huestes resentidas y empobrecidas, en un doble discurso que le permita conquistar a los sectores C y B, sin perder lo ya ganado en los sectores D y E.
El candidato Ollanta Humala dice que su “golpe de estado” perpetrado en la ciudad de Locumba fue genuino, y lo hizo para traerse abajo a la dictadura de Fujimori, y no para tender una cortina de humo que facilitara la fuga del asesor Montesinos en el velero Karisma. Y yo no le creo.
Dice también el candidato Ollanta Humala que no propició ni alentó el golpe de estado que ejecutara su hermano Antauro en Andahuaylas contra el gobierno legítimo y democrático del Dr. Alejandro Toledo. Y yo no le creo.
Las declaraciones emitidas por el patriarca Isaac Humala, padre de Ollanta y de Antauro, en el sentido que los formó para conseguir el poder a cualquier precio confirma que las intentonas golpistas estuvieron orientadas a tomar el poder e instaurar una dictadura que les permitiera imponer su modelo nacionalista a sangre y fuego, utilizando para el efecto cualquier pretexto que pudiera sonar más o menos creíble.
El candidato Ollanta Humala ha jurado igualmente que no permanecerá en el poder ni un minuto más allá de los cinco años que dura su mandato. Y yo no le creo.
Los nexos de este candidato con el dictador venezolano Hugo Chávez y con sus satélites, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, Daniel Ortega en Nicaragua, entre otros, avalan la certeza que, al igual que todos los mencionados y el viejo líder paradigmático de todos ellos, el cubano Fidel Castro, harán cuanto esté a su alcance, legal o no, para perpetuarse en sus cargos y someter a sus pueblos.
¿Qué hacer entonces frente a este pavoroso panorama en que las circunstancias nos han puesto para esta segunda vuelta electoral?
La respuesta resulta obvia: No votar por ninguno. O, mejor aún, votar por los dos.
Marca con un aspa bien clara y hasta doble, las fotos de ambos candidatos en la cédula de votación. Con ello estarás viciando tu voto. Con ello estarás diciendo que no crees en lo que dicen ninguno de los dos. Con ello estarás diciendo que tú estás del lado de la democracia. Que no estás para prestarte a legitimar el triunfo de ninguno de ellos. Estarás diciendo que tu dignidad de demócrata auténtico no se ha dejado manipular por quienes han pretendido inducirte a buscar “el mal menor”. Estarás diciendo, finalmente, que en esta segunda vuelta no existe el cacareado “mal menor”.
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