Con ese manido recurso de traer a la memoria el pasaje bíblico de Jesucristo deteniendo la lapidación de María Magdalena, al retar a la masa enardecida para que aquel que se sintiera libre de pecado lanzara la primera piedra, poco a poco se ha ido desvirtuando, al menos dentro de la cultura occidental de arraigadas bases cristianas, el sentido de la justicia. Ahora ya no se recurre, como lo hiciera Jesús en aquella oportunidad, al cargo moral del sentimiento de culpa, sino al abierto y descarado chantaje mediante la amenaza de hacer públicos documentos, videos o audios comprometedores.
Y así, todos pasan piola. Y el hombre común, el contribuyente, el ciudadano de a pie, que asiste cotidianamente a aparatosos destapes de multimillonarios robos y peculados perpetrados por poderosos e influyentes personajes que al final, luego de conformarse las consabidas comisiones investigadoras que desde que se conforman se sabe ya de antemano que no concluirán en dictamen condenatorio alguno, simplemente se va contaminando de a poquitos, infectándose por esa gangrena social denominada impunidad.
Y en su elemental lógica comienza a dejar de sentir cargos de conciencia cuando comete algún acto que sabe perfectamente que se encuentra reñido con las más elementales normas de la moral y las buenas costumbres. Se corrompe. Abrumado y contaminado por una sociedad putrefacta en la que la corrupción campea y se inicia en las más altas esferas del gobierno.
Cuando hace muchos años trabajaba como funcionario en una entidad que si bien desarrollaba sus actividades bajo el régimen de la actividad privada, tenía una alta participación del estado, se destapó un escandaloso robo en el que estaban comprometidos varios funcionarios de muy alto nivel. Al verse el delicadísimo tema en el Directorio de la institución uno de los directores exigió el inmediato despido de todos los implicados en el delincuencial incidente ya que de no procederse de ese modo él se vería en la obligación de renunciar al Directorio. Cómo estarían de contaminados, corroídos y comprometidos en el delito los propios integrantes del Directorio de la entidad, que decidieron aceptarle la renuncia al Director honrado y justiciero que, en tan vergonzoso y punible delito fue el único que se vio forzado a dejar la institución.
La impunidad es la madre de la corrupción. Quienes escandalizados contemplan que al delincuente no le pasa absolutamente nada cuando se demuestra a todas luces su decidida y abierta participación en un hecho punible, flaquea en sus convicciones morales y piensa que la manera correcta de hacerse de fortuna y escalar posiciones en la pirámide social es caer en el contubernio y la asociación con los corruptos de siempre y perpetrar dolos, estafas y demás crímenes para hacerse de dineros mal habidos en la certeza que si son descubiertos no les va a pasar absolutamente nada pues forman parte de la mafiosa organización que se encarga de absolver a sus protegidos inmersos en estas grandes redes del delito y la corrupción. Quedarse fuera de esta red es condenarse a las limitaciones y a las carencias que imponen la pobreza y la honradez. Ser vistos como los nerds de la sociedad. Los pelotudos. Los gilipollas.
Y así, todos pasan piola. Y el hombre común, el contribuyente, el ciudadano de a pie, que asiste cotidianamente a aparatosos destapes de multimillonarios robos y peculados perpetrados por poderosos e influyentes personajes que al final, luego de conformarse las consabidas comisiones investigadoras que desde que se conforman se sabe ya de antemano que no concluirán en dictamen condenatorio alguno, simplemente se va contaminando de a poquitos, infectándose por esa gangrena social denominada impunidad.
Y en su elemental lógica comienza a dejar de sentir cargos de conciencia cuando comete algún acto que sabe perfectamente que se encuentra reñido con las más elementales normas de la moral y las buenas costumbres. Se corrompe. Abrumado y contaminado por una sociedad putrefacta en la que la corrupción campea y se inicia en las más altas esferas del gobierno.
Cuando hace muchos años trabajaba como funcionario en una entidad que si bien desarrollaba sus actividades bajo el régimen de la actividad privada, tenía una alta participación del estado, se destapó un escandaloso robo en el que estaban comprometidos varios funcionarios de muy alto nivel. Al verse el delicadísimo tema en el Directorio de la institución uno de los directores exigió el inmediato despido de todos los implicados en el delincuencial incidente ya que de no procederse de ese modo él se vería en la obligación de renunciar al Directorio. Cómo estarían de contaminados, corroídos y comprometidos en el delito los propios integrantes del Directorio de la entidad, que decidieron aceptarle la renuncia al Director honrado y justiciero que, en tan vergonzoso y punible delito fue el único que se vio forzado a dejar la institución.
La impunidad es la madre de la corrupción. Quienes escandalizados contemplan que al delincuente no le pasa absolutamente nada cuando se demuestra a todas luces su decidida y abierta participación en un hecho punible, flaquea en sus convicciones morales y piensa que la manera correcta de hacerse de fortuna y escalar posiciones en la pirámide social es caer en el contubernio y la asociación con los corruptos de siempre y perpetrar dolos, estafas y demás crímenes para hacerse de dineros mal habidos en la certeza que si son descubiertos no les va a pasar absolutamente nada pues forman parte de la mafiosa organización que se encarga de absolver a sus protegidos inmersos en estas grandes redes del delito y la corrupción. Quedarse fuera de esta red es condenarse a las limitaciones y a las carencias que imponen la pobreza y la honradez. Ser vistos como los nerds de la sociedad. Los pelotudos. Los gilipollas.